COP26: ¿Y SI EL ARTE PUDIERA SALVAR EL PLANETA?

La Conferencia de Glasgow que se ha celebrado estos últimos días con Reino Unido como país anfitrión ha resultado una decepción para todos. El alcance de los acuerdos ha quedado diluido en los numerosos compromisos.

No ha sido agradable para nadie: numerosas negociaciones cuyo objetivo era adaptarse y unificar a las ya de por sí heterogéneas necesidades de los 200 países participantes y promesas vagas, datos poco claros y compromisos que se siguen aplazando. A pesar de que aparentemente sensación de urgencia es compartida y que las consecuencias preocupan a todos, los avances han sido escasos. En este contexto, nos preguntamos, una vez más, si existe una voluntad real de cambiar el rumbo. Así, durante la clausura, Alok Sharma, presidente de la conferencia, no pudo ocultar su decepción. Con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos se disculpó por la versión final del acuerdo. No obstante, hizo hincapié en la importancia de protegerlo. Para los detractores, las declaraciones son por enésima vez pura palabrería. ¡El arte tiene que salvar el planeta! Veamos cómo.

COP26: ¿y si el arte pudiera salvar el planeta?

LAS BASES DEL ACUERDO

Se tomarán medidas para que el incremento de temperatura sea inferior a 1,5º Celsius, objetivo que ya se fijó en la anterior cumbre (la COP25, en París, 2015). El límite sigue siendo 2º C, lo cual, según las principales asociaciones climáticas, no constituye ningún avance. Con respecto a las emisiones (-45% para 2030), el objetivo se presenta aún más inalcanzable que lo que se propuso en el G20 de Roma unas semanas antes. Neutralidad climática: se sustituye 2050 por una expresión bastante genérica: se podrá alcanzar en torno a mediados de siglo.

En realidad, se trata de una táctica para lograr el compromiso de China y la India, que han establecido el límite en 2060 y 2070 respectivamente. Se mantiene el compromiso de reducir las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, CO2 inclusive, en un 45% para 2030 con respecto a los niveles de 2010. El hecho de poner el foco en las emisiones de dióxido de carbono, que algunos han calificado de visión parcial, relega a un segundo plano otros agentes contaminantes, la ecotoxicidad, un consumo desmedido, la eutrofización, la crisis hídrica, la pérdida de biodiversidad e incluso la pobreza, la salud, la escasez de recursos y las desigualdades. Ha sido objeto de fuertes críticas y probablemente constituya el mayor punto débil de la COP26.

UNA VISIÓN PARCIAL

Cabe plantearse si esta es la única forma de lidiar con la crisis climática. Es fácil reducir todo a una cifra: el CO2 en la atmósfera. Fácil, sí, pero puede que también un error porque parece que lo único que se consigue es adoptar estrategias que no se traducen en resultados tangibles. Este es el caso, por ejemplo, del carbón. Hemos pasado de la «eliminación» a la «reducción gradual».

En el borrador del acuerdo figuraba el compromiso específico de renunciar a los combustibles fósiles, pero China e India consiguieron una revisión de última hora de la ya vaga formalización del compromiso en la que se sustituyó la expresión «eliminación» por «reducción». En la práctica se puede seguir quemando carbón. Reducir las emisiones con la tecnología adecuada. Asimismo, los combustibles fósiles continuarán recibiendo subvenciones únicamente con la eliminación de los menos eficientes.

COP26: ¿promesas vagas, datos poco claros y compromisos que se siguen aplazando?

UNA SITUACIÓN COMPLEJA

Necesitamos mayor amplitud de miras sobre cómo abordar la transición a un desarrollo sostenible, aunque no es fácil llegar a posturas comunes. Los países occidentales (Estados Unidos, Europa, Japón y Australia) aspiran a dirigir la transición y por ello han ratificado los objetivos para 2050 del Acuerdo de París. También son los países más partidarios de usar combustibles fósiles. Del otro lado tenemos a todo el bloque de países emergentes, liderado por China e India, que reclama su derecho a mantenerse al margen durante unos años más.
Si analizamos las emisiones acumuladas a lo largo de los años; las de China e India son mínimas en comparación con las de los países occidentales, que durante décadas pudieron contaminar con total impunidad. Luego están los países productores de hidrocarburos, como Rusia y Arabia Saudí, que necesitan financiar el proceso de reconversión con la venta de petróleo y gas. En resumen, la situación es francamente delicada.

LOS PAÍSES MÁS VULNERABLES

Otro punto delicado es el de la ayuda a los países más vulnerables. Al inicio de la cumbre se habló de pagos para 2023, pero el acuerdo final sólo reconoce el derecho a pérdidas y daños. No garantiza la creación de un fondo para reparar los daños ya causados por el cambio climático a las naciones más vulnerables (para gran decepción de los países de África, América Latina y Oceanía). Hace 12 años, en Copenhague, los países más ricos aseguraron que, a partir de 2020, destinarían 100.000 millones de dólares anuales a apoyar la transición y la adaptación de los países pobres.
Estamos a finales de 2021 y no hemos visto ni un céntimo. La petición de duplicar la financiación de la adaptación para 2025 parece ser otra vez una mera declaración de intenciones. Veremos lo que ocurre.

El arte tendrá que salvar el planeta.

¿Y SI EL ARTE PUDIERA SALVAR EL PLANETA?

Tal vez el arte tenga que salvar el planeta. Más que declaraciones de intenciones, es preciso sensibilizar sobre los problemas y fomentar la participación en las cuestiones medioambientales. Lo emocional, y no sólo los aspectos racionales, puede suponer un punto de inflexión.

Hay un artista que se ha dedicado a investigar a la relación entre el arte, el medio ambiente y los fenómenos naturales: Olafur Eliasson. Expuso su postura durante un intercambio con el activista medioambiental Kumi Naidoo. La naturaleza como obra de arte puede ser una provocación, evocar pensamientos y emociones y emplear los recursos y la energía de manera virtuosa y creativa. Un buen ejemplo de ello es su obra Ice Watch. Consiste en doce enormes bloques de hielo de Groenlandia colocados en círculo, como si se tratara de la esfera de un gigantesco reloj, abandonados para que se fundan poco a poco. Nos recuerdan de manera gráfica que el futuro es inexorable. Muestran lo que nos espera si no actuamos ya.

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