Las eternas dudas en torno al contenedor amarillo

Las eternas dudas en torno al contenedor amarillo

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Giorgia Barbiero

El contenedor amarillo ya forma parte de nuestro paisaje urbano habitual. Lleva 20 años en nuestras calles y cada vez nos hemos acostumbrado más a usarlo, pero no siempre separamos bien los residuos. Aunque sabemos que aquí van las  botellas y envases de plástico, los envases metálicos y los briks; a menudo, pensamos que todo plástico tiene cabida en este contenedor.

De los 18,6 kilogramos de residuos que cada persona tiró de media en estos contenedores, según las cifras de Ecoembes, el 28,6% eran impropios, es decir, que no se habían clasificado correctamente. Por ejemplo, los biberones, chupetes o juguetes deben ir al contenedor de restos (el cubo gris con la tapa naranja); al igual que el papel plastificado (como el usado en las pescaderías), los tuppers o las carcasas de las cintas de casete, CD o VHS. En resumen, todo plástico que no es un envase.

Ecoembes explica que los residuos que se deben tirar al amarillo son básicamente: las botellas de plástico; las latas de conserva y de bebidas; las tapas y tapones de plásticos, metal o chapas; y las bandejas de aluminio o de corcho blanco; los aerosoles y los botes de desodorante; las bolsas de plástico; las tarrinas y tapas de alimentos como los yogures; el papel film y de aluminio; los tubos de pasta de dientes y los briks. Además, en su web podemos encontrar un bot que nos ayuda a aclarar posibles dudas sobre otros objetos.

Cuando el camión recoge lo depositado en el contenedor amarillo —y aquí Ecoembes refuta la leyenda urbana del «reciclar no sirve para nada porque luego lo mezclan», al explicar que muchas veces se usa un mismo camión para la recogida de contenedores diferentes, ya que el vehículo tiene distintos compartimentos para cada tipo de residuo—, los lleva a una de las 96 plantas de selección que operan en España. Allí se desecha todo lo que se ha reciclado mal y se clasifican los residuos en función del material que los componga.

«El principal desafío del reciclaje es seleccionar bien», asegura Álvaro Otero, coordinador de asuntos corporativos de Ecoembes, quien reitera la importancia del reciclado en los hogares. De los 1,5 millones de toneladas de envases recogidos en 2019 en España, según los últimos datos de Eurostat, se recicló el 69,6% (aunque Greenpeace rebaja mucho este porcentaje y afirma que las plantas rechazan una gran parte de los residuos por el alto coste de su reciclado). En el total de residuos generados, esa tasa cae al 39,3%.

En 2019 se recogieron 483,7 kilogramos de residuos por persona, de los cuales solo el 106,6 kilogramos procedían de contenedores de reciclaje; según publicó el INE el pasado noviembre. Aunque existen canales para intentar recuperar parte de esos residuos reciclables que acaban en el cubo de restos, Cristina Muñoz, coordinadora de comunicación corporativa de Ecoembes, afirma que no siempre es posible y que «entorpece el proceso».

Las eternas dudas en torno al contenedor amarillo

Una vez terminado el proceso de selección, los residuos se envían a las plantas de reciclaje. En función de su composición, el proceso de reciclado será más o menos satisfactorio. Los aluminios y plásticos PET (como los de las botellas de agua) son los más fácilmente recuperables. En el otro extremo, se encuentran los tetrabriks y los plásticos multicapa. Un ejemplo de estos últimos son los paquetes de palomitas, mezcla de papel y plástico; o los vasos de cartón del café para llevar, que también tienen plástico en su composición.

En el caso de los briks, Otero explica que de las tres capas que lo forman (una de cartón, otra de aluminio y otra de plástico) la tecnología actual solo es capaz de separar el cartón. O sea, que es lo único que se recicla. El resto acaba en vertederos o destinado a valorización energética, es decir, para aprovechar la energía que se obtiene al incinerarlos. El coste ambiental de ambas opciones es muy alto.

Otro factor determinante en la reciclabilidad de los residuos es su tamaño. Cuanto más grande sea el envoltorio, más fácil será reciclarlo. Por tanto, es conveniente no romper los envoltorios grandes durante el desembalado (como en el caso del plástico que recubre los colchones). Otro problema añadido lo presentan los envases negros, ya que parte del proceso de selección se realiza con sensores ópticos, que no detectan este color.

Greenpeace alerta de que hay plantas de reciclaje que priman el coste económico del reciclaje sobre el impacto ambiental y que, por tanto, desechan los residuos con una composición muy compleja o demasiado pequeños. Ante esta posibilidad, una opción al llenar el carro de la compra es intentar evitar estos envases. Por ejemplo, los productos de limpieza con pulverizadores presentan, por lo general, distintos tipos de plástico (el del bote, el de la rosca y el del propio pulverizador).

Otero advierte, sin embargo, de que esa reducción debe hacerse siempre teniendo en cuenta otros factores. Por ejemplo, si por evitar los briks vamos a comprar los alimentos en envases que no garantizan la misma conservación, podemos caer en un mayor desperdicio alimentario. Lo mismo sucede al favorecer la compra de envases más grandes.

Donde sí recomiendan tanto Greenpeace como Ecoembes la reducción y la sustitución es en el uso de bolsas de plástico. La ONG propone emplear alternativas, como bolsas de tela o carritos de la compra y mallas para las frutas y verduras; ya que la propia fabricación de las bolsas tiene un impacto ambiental muy elevado. Con respecto a las que facilitan los supermercados para la fruta y verdura, deben destinarse al contenedor de restos (u orgánico, si lo hay en nuestra comunidad).

Pese a la importancia del reciclado, Ecoembes y Greenpeace resaltan vez tras otra que es solo uno de los pasos para hacer más sostenible nuestro consumo. El principal es evitar generar residuos, ya sea reduciendo el consumo, reutilizando residuos o vendiendo cosas que ya no queremos (como la ropa o juguetes de nuestros hijos cuando crecen). Y, por supuesto, para dar una segunda vida a todo aquello que no usamos, siempre podemos recurrir a asociaciones que lo recogen. En palabras de la ONG, todos podemos hacer «pequeños cambios para que la bolsa amarilla sea cada vez menor».