Buy in a group, eat better

Comprar en grupo, comer mejor

Comer comida real, elegir el comercio local, optar por el consumo ecológico, buscar el residuo cero… Cada día somos un poco más conscientes de cómo nuestros hábitos afectan al medioambiente; y cada día son más las «instrucciones» que nos llegan para reducir nuestra huella ambiental. Y, aunque no debería ser el consumidor quien soportara la mayor presión para cuidar el entorno, sí que tiene un gran poder. Una muestra de esa capacidad para cambiar el sistema a través de los hábitos de compra, son los grupos de consumo colectivo.

Estos grupos están formados por personas que favorecen otra forma de consumo y de producción. Por lo general, las grandes cadenas de supermercados mantienen un sistema que encarece el producto, empobrece al agricultor, beneficia a los oligopolios y es una gran fuente de residuos plásticos y desperdicio alimentario. Por eso, estas asociaciones recurren directamente a los productores, eliminando intermediarios y favoreciendo, en la medida de lo posible, la agricultura ecológica, el comercio de proximidad y la reducción de envases.

Visita a una de las finas que surte a El Encinar.

Existen distintas modalidades con diferentes grados de autogestión. Estos son las más comunes:

Grupos de consumo con cestas cerradas

Un grupo de personas, normalmente una asociación, como el AMPA del colegio Luis Cernuda, de Madrid, contacta con proveedores para acordar una compra periódica. En este caso, no es posible elegir los productos que se van a adquirir. El reparto de funciones, el lugar de entrega, la periodicidad y la cantidad de alimentos dependen de cada grupo.

Por ejemplo, en el gestionado por el centro social La Brecha de Madrid, las tareas se reparten entre los consumidores de forma rotatoria. Estos reciben cada 15 días una cesta de verduras de temporada de 10 o 5 kilogramos. El precio es de 20 o 10 euros, respectivamente, y la entrega se hace en el local de la asociación.

Al contactar directamente con el proveedor, se reducen los intermediarios y, con ellos, la contaminación que causa el transporte. También la derivada del exceso de envases que normalmente acompaña a la fruta y verdura en los supermercados.

Además, esta modalidad permite al productor dar salida a alimentos que normalmente las cadenas rechazan —tienen unos estándares de peso, tamaño y aspecto muy exigentes—, y acordar precios justos. Jorge Ríos, de El Encinar, en Granada, explica que en la tienda que tiene su asociación mandan a sus proveedores una aproximación de lo que van a necesitar ese año y pactan un precio orientativo: «Eso les da la seguridad de trabajar sabiendo que esa producción ya la tienen vendida».

Ríos ahonda en la idea de que negociar de tú a tú con los proveedores los hace entender mejor «el esfuerzo de producir» y los gastos que soportan para ajustar mejor el precio.

Grupos de consumo con cestas abiertas

El funcionamiento es el mismo que en el modelo anterior, pero permite elegir qué queremos incluir en nuestra cesta.

Un ejemplo es el grupo formado por la Asociación Vecinal del PAU del Ensanche de Vallecas, en Madrid. Aquí, 20 familias tienen acuerdos con proveedores de fruta y verdura; carne de ternera y pollo; leche; conservas, pan y productos de limpieza. Las tareas para organizar los pedidos también son rotatorias —aunque la mayoría de los grupos se organiza para dividir el reparto de tareas, otros prefieren externalizar esa gestión— y las entregas se realizan en el local vecinal.

Optar por productos ecológicos no siempre es fácil y a veces dificulta recurrir al comercio local. El grupo autogestionado Mansalva de Cáceres tiene un decálogo para escoger a sus productores; a los que facilita el intercambio haciendo una estimación anual de lo que esperan solicitar. Esta iniciativa surgió en 2006 alrededor de la idea de hacer una caldereta de cordero ecológica y ya cuenta con medio centenar de personas organizadas en una veintena de unidades de consumo.

Cooperativas

En este caso, los consumidores pasan a la acción y son ellos mismos los que se llenan las manos de tierra para cultivar sus alimentos. Es el caso de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH), que alquila suelo público, generalmente abandonado y en la periferia de las ciudades, para cosechar productos agroecológicos.

BAH se financia a través de las cuotas de los socios y de los ingresos que obtienen de actividades como cursos, venta de camisetas, donaciones… La idea inicial de la cooperativa era crear una unidad de producción, distribución y consumo. Sin embargo, en la práctica no todos los que consumen los alimentos son productores; aunque sí que todos pueden pasarse a echar una mano cuando tienen disponibilidad.

Tiendas y mercados agroecológicos

En algunos casos, como el de la Cooperativa La Ortiga, de Sevilla, esa relación entre consumidores y proveedores ha crecido tanto que los grupos de consumo se han establecido además como tiendas para el público general.

En el caso de la granadina El Encinar, la asociación brotó en 1993 del trueque de productos entre agricultores agroecológicos. Otras personas se enteraron del intercambio y quisieron participar. Al final, acabaron abriendo la tienda para poder ofrecer sus alimentos eco también a no productores. Hoy aúnan a más de 30 proveedores, más de 300 familias son socias, y tienen más de 4.000 productos en catálogo. Ya no solo alimentarios, sino también de limpieza, cosméticos, de higiene…

Jorge Ríos, miembro de la junta directiva de la asociación, explica que, al abarcar tantos productos, no siempre les es posible evitar los envases o favorecer el comercio de proximidad, pero lo intentan. «A veces debatimos entre los socios, si debemos ofrecer o no un producto. Como la piña, por ejemplo, que en España no hay», sostiene.

Cuando tienen un excedente de frescos, se lo dan a los productores para que hagan compost o alimenten a los animales. Aunque Ríos asegura que generan muy poco desperdicio. «La carne, la leche y el pan van bajo pedido», afirma, «y cuando algo sobra, como somos socios, alguno siempre se ofrece a comprarlo».

Ríos explica que sus productos no solo tienen el certificado eco oficial, sino que además se organizan visitas a las fincas en las que los productores se vigilan entre ellos para evitar errores o malas praxis. A estas visitas puede acudir quien quiera, de dentro o fuera de la asociación, para entender el proceso y aprender. También dan charlas, organizan foros, catas…, para concienciar de la necesidad de consumir más sano y más justo.

El sistema generalizado de producción, distribución y consumo se basa en una sobreproducción que genera desigualdad y perjudica el medioambiente. Naciones Unidas apunta que cada año, alrededor de un tercio de los alimentos producidos termina en la basura. Es decir, unos 1.300 millones de toneladas de comida —por un valor aproximado de un billón de dólares— acaban pudriéndose; mientras, Unicef denuncia que 2,8 millones de niños mueren al año por desnutrición. La obligación de acabar con esta injusticia no es del consumidor, pero sí tenemos la responsabilidad de conocer que otra forma de consumo es posible.